No diré que vengo de una saga dedicada a la moda ni que este fue mi sueño desde niña, pero hija y nieta de mujeres que han cosido toda su vida, en mi casa nunca han faltado telas, patrones e hilos. Y eso, al final, cala. Así que de repente, sin recordar cómo ni cuándo, tuve claro que esta era mi profesión. Y que en ella sería feliz.

 

Como en todo proyecto, siempre hay una historia detrás, un detonante que inicia un nuevo rumbo. El mío fue en 2015, cómo no, en una boda. Asistí con un vestido comprado in extremis tres días antes porque nada me convencía, y allí nos anunciaron otra boda para el año siguiente. Así que como no quería volver a pasar por lo mismo, y ese año empezaba la carrera, decidí que me haría yo el vestido. Y de paso, haría el de mi madre y el de mi hermana. 

 

Aquellos tres vestidos supusieron el punto de partida, y el boca a boca, y unas amigas con una confianza ciega en mí, hicieron lo demás. Durante toda la carrera fui haciendo vestidos por encargo y, además, tuve el privilegio de trabajar en firmas como Marta Martí, Valentina Garí o Laure de Sagazan. Cuatro años intensos pero llenos de aprendizaje constante.

Finalmente, un año después de terminar la carrera, dejé mi trabajo y decidí dedicarme en cuerpo y alma a este proyecto.